"Cuando hace años conocí a Miguel Oliver, era un arquitecto que, además de dibujar como lo hacen los arquitectos, pintaba y tenía buena mano para ello. Hoy, Miguel, con su título de arquitecto colgado en la pared, dedica toda su vida a la pintura, en concreto a la acuarela, y a esa manera de la acuarela que juega con el agua que corre, una mínima cantidad de pigmento, solamente la necesaria, y el papel en blanco que también entra en juego en sus composiciones; pero no solamente como sustrato de su trabajo pictórico, sino como parte integrante de él. En alguien que es arquitecto, como Miguel -ejerza ya o no siempre lo será-, que como consecuencia de ello ha estado obligado a trabajar bajo la presión de toda una serie de reglas que, en razón de su oficio, coartan toda libertad creadora, sometiéndose por entero a la tiranía de cálculos, bocetos. planos, maquetas, materiales y clientes; sí, clientes que por ser los que pagan en más ocasiones de las debidas ejercen una auténtica tiranía sobre cualquier tipo de profesional, que no solamente sobre los arquitectos. Resulta más que sorprendente -o quizá sea la explicación de ello- el ansia de libertad que respiran sus paisajes y que, en muchas ocasiones, entre el arbolado abre espacios y horizontes a través de los que Miguel parece encontrar algo, o a alguien, que da sentido a su pintura y, a través de ella, a sí mismo, a su propia vida."
Salvador Martín Cruz